Paseando
junto a unos adolescentes de unos 14 años, no pude dejar de escuchar una parte
de la conversación que, como unos diputados de la cámara, cruzaban palabras
manteniendo una disputa dialéctica con interés.
Básicamente
la chica le preguntaba si iba a repetir 2º, de la ESO, imagino, en un tono
serio y como comprendiendo la situación el chico le respondía que sí, que es lo
que iba a pasar, y que el hecho que le quitaran bici y el móvil, no iba a
cambiar la situación, simplemente, no le interesaba el hecho de seguir ese
camino de estudiar y la represión o castigo en marcha no le iba a influir.
Básicamente
todos en uno u otro momento, tuvimos la rebeldía manifiesta contra algo que no
queríamos hacer, y que con la represión, todavía iba a ser peor, íbamos a ser
más reivindicativos.
Pero
el aplomo la tranquilidad con la que la frase salía de su boca me dejo
desconcertado, el ser reivindicativo siempre era una posición, en la que el enfado,
el alzar el tono de conversación o la indignación, predominaba en la forma de
decir las cosas, en el espíritu de la contra, en el hecho de poseer la razón y
verdad absoluta. Pero aquí no había nada de eso, había desidia, resignación
contenida, indiferencia, indolencia, como lo queramos llamar simplemente no
había nada tras sus palabras.
Dándole
vueltas a todo esto y mientras seguía caminando, solo conseguía preguntarme una
y otra vez:
Hemos
conseguido transmitir a una generación la sensación de que hagan lo que hagan
no hay nada que hacer, con su futuro?
Hemos
conseguido la apatía, en una generación que podía ser la mejor de la historia
de la humanidad, que podía lograr cosas que hace 100 años se veían como una
utopía?
Hemos
quemado una generación?
Que
hemos hecho mal?
Y me
di cuenta al cabo de un rato que me equivocaba en las preguntas
Simplemente
descubrí que la pregunta debía ser:
¿Que
puedo hacer para cambiar esto?
Si, David, yo también creo que la pregunta es esa, la del final.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo.