Hace lustros tuve lo
que se llama un “trabajo”, fue de los primeros que tuve y lo trate como por
aquella época creía que debía hacerlo. Todo lo que era nuevo era ilusionante, todo
lo que presentaba un reto era motivador. Suele ser así.
Mi trabajo podría
decirse que era básico, consistía en observar,
provocar o inducir estímulos. Básico no?
Inicialmente me encontraba
con que cada parte de mi trabajo requería un esfuerzo enorme por entender situaciones,
y por instantes esa era la pared enorme que me impedía continuar o que conseguía
que llegara de trabajar con la impresión de que todo lo hecho no había servido de
nada. Frustrante mas bien.
Bien pues .Un día más
en el trabajo, un día más con situaciones difíciles y otras no tanto, un día más
en los que mi cabeza barruntaba como entender mejor mi trabajo y así poder
hacerlo con la sensación de eficacia. Ese día estaba preparando una tabla en la
que me preocupaba, como enfocarla, sin darme cuenta, alguien se me acerco por
un lado y mientras me observaba comenzó a sonreír. Me percate enseguida del asunto.
Se me ocurrió, como no,
preguntar el porque de la sonrisa .La respuesta, me resulto obvia con el paso
de los años.
Me hizo mirar a mi alrededor,
y me hizo mirar a mi “trabajo” en ese momento entendí algo que siempre he
llevado presente. Mire a los niños con los que “trabajaba” a los que trataba de
provocar sus reacciones y que asimilasen lo estimulado. En todos ellos veía la
misma sonrisa, la misma complicidad, en todos reconocía parte de mi esfuerzo.
Ese era el báculo donde apoyarme,
con el que saltar el muro que a veces sentía.
No debía fijarme tanto en el objetivo teórico, no debía llegar a la perfección
al instante. Solo debía darme cuenta de cómo afectaba mi trabajo a los que
trabajan conmigo y los resultados que iba dando, con los que lo desarrollaba.
Solo debía darme
cuenta que en la sonrisa esta el reconocimiento, y en una mirada el respeto por
tu trabajo.
Mira tú, lecciones
que te da la vida y que nunca se olvidan.
D
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