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Pequeños dioses



En el patio del cole donde se desarrollaban todas las historias de vaqueros, partidos de fútbol con pelotas de papel de aluminio, juegos con una cuerda, carreras jugando a pillar, e innumerables juegos mas. En ese patio pase muchos años como un niño más, y Eduardo también.

Eduardo era un compañero poco hablador, un poco introvertido, y muy rubio ese era su principal rasgo físico. Desde la otra punta del patio se le reconocía por su pelo.

Eduardo realizaba siempre el mismo ritual, salía con su bata y su bocadillo, andando tranquilamente hacia una esquina del patio, mientras una ola de niños le flanqueaba por ambos lados a una velocidad tal que parecía que Eduardo iba a cámara lenta.

Cuando finalmente llegaba a la esquina, se colocaba en cuclillas de esa forma que un niño tiene de hacerlo y que cuando somos adultos perdemos. Comenzaba a desmigar parte de su bocadillo y se dedicaba a mirar mientras acababa el resto de su almuerzo.

Un día se me ocurrió acercarme, mas bien se nos ocurrió a Pedro y a mi acercarnos a ver que hacia .Nos situamos tras el, pero no se inmuto, continuo de cuclillas. La imagen de una nutrida y larga hilera de hormigas que llegaban hasta las migas nos sorprendió. Se pasaba el tiempo del recreo de esa forma, solo observando como las hormigas peregrinaban entre sus pies para llevarse las migas. Mirándolo entendí que Eduardo era grande en esos momentos el se sentía así, lo mas importante para las hormigas. Creaba un mundo donde era el mas importante y lo hacia diariamente reforzando su autoestima.

Eduardo busco un soporte a su forma de ser, al final Pedro y yo le acompañábamos en ocasiones y otros niños comenzaron a acercarse a él, incluso pidiéndole permiso para dar de comer a las hormigas, comenzó a relacionarse mas en cursos sucesivos, y siempre fue para todos el Rey de las hormigas.

La lección de hoy, simple ..… todos debemos sentirnos importantes y necesarios, dando valor a cualquier cosa que hagamos por insignificante que sea, para conseguir dotar de sentido a nuestras vidas.



                         Para Eduardo, allí donde estés ahora, gracias por la lección



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